IGLESIA DE DIOS

Principio bíblico

El principio bíblico que debemos tener en cuenta para no caer en el error es que la sola Escritura no es el fundamento de la verdad, sino que es la Iglesia de Dios la auténtica "columna y fundamento de la verdad" (1 Tim 3,15). A la Iglesia, que es la plenitud de Cristo por designio de Dios (Ef 1,22-23), le ha sido encomendada la tarea de custodiar y presentar la verdad, ya que es por medio de ella que podemos conocer la sabiduría divina:

Mediante la Iglesia, los principados y potestades celestes conocen ahora la multiforme sabiduría de Dios." (Ef 3,10)

Esto es muy razonable y sencillo de entender, ya que debemos tener en cuenta que los primeros cristianos no tenían en sus manos la Biblia completa tal y como la tenemos hoy. Fue a finales del siglo IV cuando la Iglesia tomó las primeras decisiones en relación con los libros de la Biblia, la Palabra de Dios escrita, fruto de la predicación de la Iglesia misma. La primera comunidad cristiana empezó a poner por escrito su predicación sobre la vida y doctrina de Jesús; entonces sólo a ella pertenece la justa interpretación de lo que escribió.

No obstante, la Palabra de Dios comenzó a transmitirse de manera oral con la predicación de los apóstoles. Se trata de la tradición de la Iglesia que forma parte de la verdad revelada por Dios (2 Tes 2,15; 3,6; 1 Cor 11,2; 2 Tim 2,2), diferente de las tradiciones humanas condenadas por Cristo (Mc 7,2-13; Mt 15,1-9; Col 2,8). Solamente una parte de la Palabra de Dios, proclamada oralmente, fue puesta por escrito por los mismos apóstoles y evangelistas de su generación. Estos escritos, inspirados por el Espíritu Santo, dan origen al Nuevo Testamento que es la parte más importante de toda la Biblia. Está claro que al escribir el Nuevo Testamento, no se puso por escrito "todo" el Evangelio de Jesús:

Muchas otras cosas hizo Jesús. Si se escribieran una por una, pienso que ni el mundo entero podría contener los libros que habría que escribir." (Jn 21,25)

Como hemos podido comprobar, la evidencia histórica y bíblica nos muestran claramente y sin ningún tipo de duda que la Palabra de Dios, toda la verdad revelada por Dios, no se encuentra únicamente en la Biblia aunque la Escritura sea una parte muy importante de dicha verdad. El cristianismo no es una "religión del libro" ya que su fundamento es Jesucristo, la Palabra de Dios que "se hizo carne y habitó entre nosotros" (Jn 1,14).

La Iglesia de Jesucristo, con una historia bimilenaria, nunca ha dejado de ser visible (Mt 5,14-15) y de estar presente a lo largo de la historia de veinte siglos (Mt 28,20), y el que la inició afirmó: "Y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella" (Mt 16,18). A pesar de las luces y sombras (1 Jn 1,8-10; Mt 13,24-30; Rom 3,23), la Iglesia prevalece en pie después de más de 2000 años porque es obra de Dios y no de los hombres.

Tradición de la Iglesia

Los cristianos que no forman parte de la Iglesia católica afirman correctamente que la Biblia ha sido inspirada por Dios, aunque no dan ningún valor a la tradición de la Iglesia a pesar de estar recogida en la misma Palabra de Dios. Se trata de la Tradición con mayúscula y no tiene nada que ver con las tradiciones humanas.

La tradición de la Iglesia se refiere a la transmisión ininterrumpida y viva que tiene su origen en
Jesucristo y que se va comunicando por medio de los apóstoles, de unos discípulos a otros
a través de los siglos. Transmite lo que los primeros cristianos recibieron de las
enseñanzas y del ejemplo de Jesús, y lo que aprendieron por medio del Espíritu Santo.

La primera generación de cristianos no tenía aún un Nuevo Testamento escrito y el Nuevo
Testamento mismo es el que atestigua el proceso de la tradición viva para todos los
cristianos (2 Tes 2,15; 1 Cor 11,2; 2 Tim 2,2). Los mismos Evangelios fueron escritos a
base de recoger las tradiciones orales de los apóstoles. Solo algunos de ellos escribieron
Evangelios y alguna carta; en cambio todos predicaron la Buena Noticia de Jesucristo
(Evangelio) y no tenían a mano el Nuevo Testamento, porque se fue componiendo poco
a poco.

Jesús, que no escribió nada, les mandó a predicar y no a escribir o leer lo escrito (Mt
28,20). Para que se transmitiera sin error la Palabra de Dios, oral o escrita, Jesús instituyó
el magisterio o la enseñanza de la Iglesia que se lleva a cabo en su Nombre por los
pastores en comunión con el sucesor de Pedro y con la asistencia del Espíritu Santo. Así,
los cristianos recordando la palabra de Cristo a sus apóstoles: "El que a vosotros escucha,
a mí me escucha; y el que a vosotros rechaza, a mí me rechaza" (Lc 10,16), reciben con
docilidad las enseñanzas y directrices que sus pastores les dan de diferentes formas. Por
tanto, el magisterio o la enseñanza de la Iglesia no está por encima de la Palabra de Dios,
sino a su servicio. De esta manera, descubrimos la confianza que proporciona esta unidad
en la interpretación de la Sagrada Escritura que se da en la Iglesia católica, a diferencia
de las distintas interpretaciones que han originado un sin fin de diferentes iglesias y
denominaciones cristianas.

Cómo se fijó la lista de libros inspirados

El Antiguo Testamento. Vemos qué libros tenían los judíos por inspirados, y que, como
tales, admitían los apóstoles según consta por las citas de sus escritos, esos libros los consideramos Palabra de Dios todos los cristianos. Son los llamados protocanónicos de cuya inspiración nunca se dudó. Los deuterocanónicos son aquellos de los que por algún tiempo se dudó que fueran inspirados por Dios (Tobías, Judit, Baruc, Sabiduría, Eclesiástico, 1 y 2 Macabeos), y no consta que fueran admitidos en las comunidades judías como inspirados, aunque gozaban de gran consideración entre ellos.

En el Nuevo Testamento tampoco se citan esos libros, pero entre los padres apostólicos
sí aparecen citados, y posteriormente con mayor profusión, concediéndoseles la misma
autoridad que a los protocanónicos. Al fin se admitieron como inspirados aunque no son reconocidos como tales por los protestantes.

El Nuevo Testamento. Recoge los libros escritos por los apóstoles, y los que se leían en
las reuniones cristianas como inspirados por Dios. También tenemos algunos
deuterocanónicos. El fragmento muratoriano, de hacia el año 200, trae la lista de libros
del Nuevo Testamento para la Iglesia romana de la época. En él no se citan Hebreos,
Santiago, 3 Juan, 1 y 2 Pedro. Orígenes a mediados del siglo III cita todos los libros del
Nuevo Testamento, incluso los deuterocanónicos. No debe extrañar que en aquellas
circunstancias, sin comunicaciones fluidas ni imprentas, la lista tardara en quedar
definitivamente establecida. La duda pesó sobre todo acerca de Hebreos, Santiago, 2
Pedro, 2 y 3 Juan y Apocalipsis. Ya se ve que las vacilaciones sobre si admitir o no un
libro, o parte de un libro, son grandes en cualquier época.

Los 27 libros del Nuevo Testamento que figuran en la Biblia, son también admitidos por los protestantes. La tradición, y el magisterio o la enseñanza de la Iglesia que los sanciona, nos asegura a nosotros de su autenticidad. El concilio de Trento en el siglo XVI, apoyándose en ese tradición continuada, admitió definitivamente como libros inspirados tanto los protocanónicos como los deuterocanónicos.

Scott y Kimberly Hahn

La Iglesia de Jesucristo

El fundamento de la Iglesia es Jesucristo, la única piedra angular base (Mt 21,4; 1 Cor
3,11). De esta manera, la Iglesia de Jesucristo es una, debido a su origen en la unidad de
un solo Dios que es Padre, Hijo y Espíritu Santo, y una debido a su único fundador que
es Cristo; santa, porque sus miembros son llamados santos (Hch 9,13; 1 Cor 6,1; 16,1) y
porque goza de la Vida de Dios aunque sus miembros sean pecadores; católica, porque
es universal al estar Cristo presente en ella y siendo enviada por Él en misión a la totalidad
del género humano (Mt 28,19); apostólica, porque también está fundada sobre los
apóstoles como fundamento de edificación (Ef 2,20; Hch 21,14) y porque Cristo, después
de su resurrección, la entregó a Pedro para que la pastoreara (Mt 16,18; Jn 1,42; 21,17;
Lc 22,31-32; Gal 1,18) junto con los demás apóstoles y la gobernara a lo largo de los
siglos por el sucesor de Pedro y sus pastores.

La Iglesia de los primeros siglos cree en la primacía del sucesor de Pedro. La necesidad
de una autoridad doctrinal es algo indiscutible. El mismo hecho de la existencia de las
sectas se debe a la arbitraria interpretación de las Escrituras. Donde no existe esa
autoridad doctrinal, se está a merced de los iluminados del momento. Es falso que la
primacía del sucesor de Pedro sea un invento tardío a partir de Constantino, lo contradice
claramente la historia.

San Clemente Romano del siglo I, discípulo de los apóstoles Pedro y Pablo en Roma,
muy querido en la antigüedad, escribió hacia el año 95 como Obispo de Roma una carta
notable y bastante larga a la Iglesia de Corinto para llevarle la paz perturbada por
problemas internos de la Comunidad: "Todo esto, carísimos, os lo escribimos no solo
para amonestaros a vosotros, sino también para recordárnoslo a nosotros mismos, pues
hemos bajado a la misma arena y tenemos el mismo combate" (PP. Apostólicos, página
183). "Vosotros, los que fuisteis causa de que estallara la sedición, someteos a vuestros
ancianos y corregios para penitencia, doblando las rodillas de vuestro corazón. Aprended
a someteros..." (Ib 230). "Si algunos desobedecieren a las amonestaciones que por
nuestro medio os ha dirigido Él mismo (Jesucristo), sepan que son reos de no pequeño
pecado y se exponen a grave peligro. Mas nosotros seremos inocentes de este pecado" (Ib
231).

"Alegría y regocijo nos proporcionaréis si, obedeciendo a lo que os acabamos de escribir impulsados por el Espíritu Santo, cortáis de raíz la impía cólera de vuestra envidia, conforme a la súplica con que en esta carta hemos hecho por la paz y la concordia" (Ib 236). "Despachadnos con rapidez, en paz y alegría, a nuestros delegados Claudio Efebo, Valerio Bitón y Fortunato, a fin de que cuanto antes nos traigan la noticia de la suplicada y para nosotros anhelada paz y concordia y cuanto antes también nos alegremos de vuestro buen orden" (Ib 237). No parece dudoso que quien así escribe, "sabe" que tiene autoridad para hacerlo. Es el Obispo de Roma, que amonesta, corrige, envía delegados, exige obediencia en el Espíritu Santo. ¿No es esto la primacía sobre las Iglesias?

San Ignacio de Antioquia por el año 107 camino de Roma para ser arrojado a las fieras
escribe a los Romanos una preciosa carta: "A la Iglesia que es amada y está iluminada
por voluntad de aquel que ha querido todas las cosas que existen (...) Iglesia además que
preside en la capital del territorio de los romanos; digna ella de Dios, digna de todo
decoro, digna de toda bienaventuranza, digna de alabanza, digna de alcanzar cuanto
desee, digna de toda santidad; y puesta a la cabeza de la caridad, seguidora que es de la
ley de Cristo y adornada con el nombre de Dios" (PP. Apostólicos, página 474). Roma
preside la caridad en la unidad de las Iglesias todas.

San Ireneo a mediados del siglo II: "Es necesario que toda la Iglesia esté de acuerdo con
esta Iglesia (la de Roma) por su más notable principalidad" (propter potiorem
principalitatem) (Adv haer III, 3 2). Y luego nos cuenta: "En el tercer lugar después de
los Apóstoles hereda el episcopado Clemente, el cual había visto a los bienaventurados
Apóstoles y tratado con ellos y conservaba todavía aposentada en sus oídos la predicación
de los Apóstoles y su tradición ante los ojos" (...) En su pontificado "la Iglesia de Roma
escribió una carta copiosísima a los corintios, demostrándoles la necesidad de la paz y
renovando la fe de ellos y la tradición que la Iglesia romana acababa de recibir de los
Apóstoles" (Adv haer III, 3 3 – PP. Apostólicos, página 102).

San Cipriano a mediados del siglo III: "Sobre él (Pedro) edifica la Iglesia y a él le manda
apacentar las ovejas. Que, aunque otorgó el mismo poder a todos los apóstoles, constituyó
una sola cátedra y dispuso así por su autoridad el origen y el fundamento de la unidad.
Los demás eran lo mismo que fue Pedro, pero el primado se da a Pedro, mostrando así
que no hay sino una iglesia y una cátedra. Todos son pastores, pero queda de manifiesto
que se trata de una sola grey que es apacentada de acuerdo unánime por todos los
apóstoles. Quien no se atenga a esta unidad de Pedro, sobre la que está fundada la iglesia,
¿todavía confiará en que está en la iglesia?" (De unitate 4 – Patrología BAC, página 133).

No lo diríamos hoy mejor nosotros. La idea del primado de Pedro no es un invento del siglo
IV, sino que se origina de Jesucristo mismo.

La Iglesia es el nuevo Pueblo de Dios (1 Pe 2,9), el Cuerpo de Cristo (Jn 15,4-5; 6,56) y
Templo del Espíritu Santo (2 Cor 6,16; 1 Cor 3,16-17; Ef 2,21).

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